El rocío de la mañana humedecía todo lo que crecía a la sombra de aquel centenario bosque de castaños, pinos y encinas que se repartían por los dominios del master. Tras unos espesos arbustos, junto al ancho tronco de un árbol caído, estaba su guarida. Allí, a la entrada sobre una cama de hojas secas, descansaba el último señor de aquel territorio Paganini. Tendido sobre un costado y apoyado en una de sus manos; tranquilo, sereno, con la seguridad que da el haber hecho un buen trabajo y con la cabeza alta, erguida, luciendo su conocida y elegante estampa aun en la más oscura de las sombras del bosque. En la tranquilidad del alba, solo se escuchaban los primeros trinos de los mirlos y arrendajos, mientras que atrás, en la oscura noche de aquel hábitat, habían quedado los pájaros y bestias más carroñeras y agresivas de la zona.
El Lince no podía más que recordar su llegada a aquella jungla Paganini, discreta, como él siempre se comportaba, pero con la decisión del que quiere hacerse un hueco entre los más significados miembros de su comunidad. Tras su primera intervención, en la que causó una buena impresión y se ganó el respeto de sus vecinos, en las dos siguientes temporadas, sufrió la cruel realidad de una batalla en la que no se mira la presencia, el estatus o la combatividad, simplemente sobrevive el más fuerte. Ante la más que probable extinción de esta especie ibérica debido al acoso y derribo de otros especimenes del bosque sin duda más fuertes, experimentados y agresivos, el Lince reflexionó y pronto se dio cuenta de su única salida. ¡¡Alabama!!, la táctica que había escuchado en otros páramos más verdes, con numerosas trampas de arena y llenos de pequeños agujeros, iba a ser su razón de ser. Sólo esa nueva estrategia desconocida hasta el momento por el resto de habitantes del bosque podía mantenerle vivo y conseguir la supervivencia de los suyos. Tuvo que luchar contra gitanos tatuaos, bábaros, demonios marcados con el 666, Al-mas en pena, petekunes, pokeidones, zip-o-tones, expertos albatros y otros engendros incalificables. Pero tras duros meses de pelea, se encumbró como el rey de aquella selva Paganini.
Sin embargo, algo alteraría su final de campaña. Una mañana de primavera, tras unos arbustos cerca de su guarida, se dejaba oír un leve llanto de desconsuelo. Sigiloso y precavido, Lince se acercó hasta encontrar hendido en una cuna de hojas de ficus, a un pequeño Lincecillo. Inquieto se retorcía entre aquel capazo con gran curiosidad por su nuevo amigo. Junto a él, una nota grabada sobre una piedra de pizarra sin duda con la zarpa afilada de su madre, decía: “la camada ha sido grande, y este es el más revoltoso por lo que no puedo cuidar de él. Encárgate tú. ¡¡La llevas!!”. Lince no salía de su asombro.
- Pero… no, no… no puede ser, si yo… , esto…, nunca bueno si alguna vez, pero... claro yo, esto yo siempre he tenido precauc… ¡¡Espera!! ¡claro!, quizás esas pastillitas que nos dan los de ADENA van a funcionar y no va a haber grueso recauchutado que no traspasemos.
Lince sabía que conseguir el master Paganini ya no era la única misión que debía completar. Ahora además, debía educar y formar al pequeño Lincecillo para que algún día pudiera mantener viva la saga del Lince Ibérico en aquel competitivo bosque. Era su responsabilidad. Ya no importaría perder galones, puestos en el escalafón, la labor era más importante, ¡crear una saga!
Durante los siguientes meses, en la zona más apartada y tranquila del bosque, lejos de las miradas curiosas del resto de habitantes de aquella jungla, Lince se dedicó a enseñar todo lo que sabía a su nuevo pupilo. Le instruyó en las artes de la lucha cuerpo a cuerpo, a preparar con meticulosidad las emboscadas para cazar a sus presas, a reforzarse con los útiles más seguros, a no dejarse intimidar por pequeñas derrotas en batallas que no debían distraerle de la lucha por ganar la guerra. Duras semanas de trabajo en la sombra, dieron lugar a un fuerte Lincecillo que ya empezaba a tener la seguridad suficiente como para enfrentarse a lo desconocido. Bajo la tutela de la experiencia, se había ido formando y adquiriendo conocimientos para vagar solo por la selva Paganini.
Lince, recordaba como una mañana de verano, acompañó a Lincecillo al lugar más especial de aquellas tierras.
El sol empezaba a asomar sobre el horizonte y comenzaba a invadir todo aquel enorme valle que se divisaba desde la cumbre de un alto risco donde Lince y Lincecillo contemplaban el espectáculo reflejándose el dorado amanecer en sus caras.
- Mira Lincecillo, toda la tierra que baña la luz, es nuestro reino.
- ¡¡Vaaaya!!, contestaba Lincecillo admirado con suave vocecilla.
- Lince de forma pausada, continuó-. El tiempo que dura el reinado de un Rey, asciende y desciende como el Sol. Algún día Lincecillo, el Sol se pondrá en mi reinado y ascenderá siendo tú el nuevo Rey.
- ¿y tooooodo será mío?
- Todo, hijo mío.
- ¡Toooodo lo que baña la luuuz…! -decía Lincecillo paseando por el borde de aquel precipicio y contemplando la inmensidad del valle Paganini-. ¿Qué me dices de aquel lugar oscuro?
- Eso está mas allá de nuestro reino, no debes ir allí Lincecillo, -contestó Lince con voz gruesa y amenazante-. Es la tierra de las sombras, del inframundo, de lesionados y condenados a no participar en la fiesta del bosque durante varias jornadas. No te juntes ni compartas aventuras con ellos, te harán la vida más difícil y puede que caigas en sus garras y no consigas salir de allí nunca jamás.
- Creía que un Rey podía hacer lo que quisiera.
- ¡¡Ohh!!, ser Rey significa mucho mas que salirte siempre con la tuya.
- ¿hay maaaaas? , preguntaba curioso y asombrado Lincecillo.
- Je je je…, ¡aaaaaay! Lincecillo. Todo cuanto ves se mantiene en un delicado equilibrio. Como Rey, debes entender ese equilibrio y respetar a todas las criaturas, desde el pequeño ghetto hasta el veloz safety car. Y un día, allí junto al amplio mar, cerca de la blanca arena de la playa, comerás con todos los habitantes del bosque, y tú presidirás la mesa. Te honrarán y tú deberás ser generoso y compartir tu alegría con ellos. La fiesta se prolongará hasta el anochecer y más allá para algunos.
- ¿Y aquellas montañas de allí?
- Ese es el Olimpo, el podio de los dominadores del valle. La más alta cumbre será para el Rey, y las otras dos para sus más inmediatos seguidores. Es el lugar de honor del valle, y durante un año, todos respetarán a sus pobladores. Algún día, tú estarás allí.
De aquello, ya hacía tiempo. Ya había llegado la hora. En una tarde de otoño, cuando los últimos rayos de sol se filtraban entre los troncos y ramas más altas del bosque, Lince se dirigía a su pupilo con gesto serio y decidido:
- Ven Lincecillo, es el momento, debes emprender tu camino en solitario.
Lincecillo atendía con tristeza pero con la ilusión del que sabe va a empezar una nueva aventura.
- Parte con la seguridad de que puedes llegar al final. No te dejes intimidar por nadie ni por nada. Lleva contigo esta cuchara de madera para que recuerdes de donde vienes y a donde nunca has de regresar. No me decepciones. -Continuaba Lince ajustándole el petate al hombro-. Ve atento al más leve ruido en el bosque, olfatea cada rincón de la selva, domina tu entorno y nunca pierdas el camino. Recuerda lo que decía Torrebruno: “Linces, leones, todos quieren ser los campeones”, y los tigres y los pajarracos y demás alimañas de la jungla, todos intentarán atacarte y caer sobre tu lomo para derribarte y hacerte probar el sabor del fango. ¡Lucha, lucha y nunca te amilanes! Seguro que llegarás a tu destino.
- ¿Y como conseguiré ser el más fuerte?, preguntaba todavía Lincecillo con alguna duda sobre su misión.
- Cuida que tu retaguardia siempre sea sólida y segura; en la mitad del camino, emplea tu imaginación y el talento que te inculqué; y delante, se agresivo e incisivo, sin desaprovechar ninguna oportunidad de batir a tu rival. Nunca te alíes con los seres del lado oscuro y lucha contra el desánimo y la dejadez. Ve y que te acompañe la suerte.
Ambos se despidieron sin decir más. Un fuerte abrazo les separaba para siempre.
Lincecillo asumió su partida y se adentró con paso firme en el sendero antes de que la oscuridad cayera sobre aquellos parajes. La espesura del bosque dejó oculta su última silueta camino de la aventura.
Lince cansado, se retira a su guarida sabiendo que mañana tendrá que volver a pelear ya solo por su supervivencia. Entonces, retomará su lucha y defensa del reinado sin perder más tiempo. Sabe que ante cualquier amenaza, cualquier seña de presencia de un rival en lo más oscuro del bosque, tras cualquier esquina del sendero, saltará para agarrar a su presa y no soltarla hasta someterla. Tras las zarzas y arbustos del sotobosque acecharán nuevos rivales en busca de conseguir el trono de aquel paraíso Paganini.
Pero…,
…y ¿si la amenaza fuera… … Lincecillo?
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